Si los muertos están inconscientes, ¿cómo debemos entender la parábola del rico y Lázaro según Lucas 16:19-31?
Como se ve, ni Abraham ni ninguno de los fieles de la antigüedad han recibido el cumplimiento de la
promesa de Dios respecto a la salvación, pues El ha dispuesto que “no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”. En efecto, cuando venga Jesús, todos los redimidos recibirán, en el mismo día, el galardón de la vida eterna prometido por la gracia de Dios (1 Tes. 4:16,17; 2 Tim. 4:6-8).
Por otro lado encontramos contradicciones con la misma doctrina de la inmortalidad del alma, como ser:
1. Según ella, al morir la persona, el espíritu queda libre de su cuerpo, sin embargo, en la parábola, las supuestas almas o espíritus del rico y Lázaro tienen ojos, dedos y lengua (vers. 21,22). ¿Es que los espíritus tienen los mismos órganos físicos que los cuerpos?
2. Además el rico pide que vaya “alguno de entre los muertos” (vers. 30), para advertir a sus familiares de su error. ¿No hubiera correspondido pedir que alguno de entre los vivos fuera a hacer esa obra?
3. Y por último, ¿podría admitirse como realidad eterna que el lugar del supuesto castigo, el así llamado infierno, esté tan cerca del paraíso de modo que pueda existir comunicación entre unos y otros? ¿Haría felices a los redimidos el oír por la eternidad las quejas y los gemidos de los réprobos y observar su eterno sufrimiento?
En vista de todas estas contradicciones que emanan de una interpretación literal de la parábola, como lo sugiere la pregunta, concluimos que esta parábola, como todas las parábolas, es una ilustración cuya aplicación corresponde darla solamente al que la usó, en este caso Jesucristo. Se dice que oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él” (vers. 11). Deducimos por ello que el Señor usó esta parábola para advertir a sus oyentes avaros y confiados en sus riquezas, que la salvación no depende de los bienes materiales que se poseen, sino de la conducta y el correcto proceder de la persona. En ese entonces era popular la idea de que la pobreza y o la enfermedad eran maldiciones del Señor (véase Juan 9:1-3), y que la riqueza era bendición divina. Esta parábola contradice tan equivocada creencia, por cuyo motivo la refirió Jesús.
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